Mi ciudad tiene cien caras,
pero muchas veces vemos solamente tres o cuatro.
En una lenta tarde de verano
la luz es amarilla como mantequilla de antaño y
el río como una contenta foca está nadando hacia el mar
decimos: ¡Qué bonita es mi ciudad!
Y, en el día de mercado, cuando los lados del río
están llenos de gente y ruido, olores y colores y
las risitas de los niños están volando en el aire
decimos: ¡Qué feliz es mi ciudad!
O, en la noche de otoño cuando la oscuridad del cielo
es profunda y las pequeñas luces que se reflejan en el río y
en las calles mojadas no pueden iluminar los rincones de la ciudad
decimos: ¡Hala, un poco temible es mi ciudad!
Pero, en algún día gris cuando estamos cansados
de toda la prisa, inútil o quizá necesaria
y el río es un serpiente irritable, feo y
el viento frío viene del norte
suspiramos: Tan aburrido. Tan triste.
Quisiera viajar al sur, a la luz y al calor.
En un día de primavera tenía tiempo para derrochar
no más que media hora, no menos.
Estaba paseando por calles desconocidas y
malgastando minutos como un rico dinero.
La luz de primavera era dura y blanca
como plata bruñida, y de repente,
me entró un sentido extraño
en el barrio que no conocía:
Aquí vive, ama y se muere la gente, y
yo no sé nada de esto, de estas personas y su vida.
Parecía como estaba en el extranjero,
soltada de mi vida cotidiana, soltada de todo,
libre.
Y mi ciudad me dijo: Bienvenida.
– Hannele Hakala –
Mi ciudad Turku y el río Aura el 19 de octubre de 2018